Artículo original en Inglés por el autor e investigador Kimon de Greef.
Publicado en The New Yorker el 21 de Marzo de 2022. [Link original]
Impreso en la revista The New Yorker el 28 de Marzo de 2022 con el titulo “Toad Smoke”.
Octavio Rettig, un practicante clandestino de 5-MeO-DMT, una sustancia alucinógena derivada de los sapos del desierto de Sonora, afirma que ha revivido un ritual mesoamericano perdido.
En 2013, un carismático médico mexicano subió al escenario de Burning Man, en Nevada, para dar un TEDxTalk sobre lo que llamó “la experiencia definitiva”. El médico se llamaba Octavio Rettig, y pronto sería conocido sólo por su nombre de pila, cual diva del pop o estrella de fútbol. Le dijo a la multitud que, años antes, había superado una adicción al crack usando una poderosa sustancia psicodélica producida por sapos en el desierto de Sonora. Posteriormente, compartió “medicina de sapo” con una comunidad tribal en el norte de México, donde el auge del narcotráfico había provocado una crisis de metanfetamina. A través de este trabajo, llegó a creer que fumar sapo, como se le llama a la práctica, era un antiguo ritual mesoamericano, un “lenguaje de sapo único”, compartido por mayas y aztecas, que había sido eliminado durante la era colonial. Anunció que había restaurado una tradición perdida y que tenía el deber de compartirla con los demás. “Tarde o temprano, todos en el mundo tendrán esta experiencia”, le dijo a un entrevistador después de la plática.
En ese momento, Octavio, de treinta y cuatro años, era prácticamente un desconocido en el mundo de los psicodélicos, al igual que lo era fumar sapo. Pero dos años después, Vice lo convirtió en el tema de un laudatorio documental, llamándolo “un profeta de sapo-alucinógeno”. (El video tiene más de tres millones y medio de visitas en YouTube). Octavio se convirtió, como dijo Klaudia Oliver, la organizadora de la charla TEDx , en “el Flautista de Hamelín del sapo”. Según cuenta Octavio, el ha introducido al mundo de fumar sapo a más de diez mil personas.
La práctica, después de décadas de oscuridad, ahora está entrando en la corriente principal psicodélica. “Si estuviéramos viendo la popularidad en un gráfico, la línea estuvo bastante cerca del fondo durante las últimas cuatro décadas”, dijo Alan Davis, un psicólogo clínico que estudia psicodélicos en la Universidad Estatal de Ohio. “Esa línea se ha vuelto exponencial”. Hunter Biden (hijo del actual presidente de Estados Unidos) le da crédito al sapo por mantenerlo alejado de la cocaína durante un año. En 2019, Mike Tyson dijo en el podcast de Joe Rogan que, desde que fumó sapo, “nunca ha sido el mismo”. Cuando hablé por primera vez con Octavio, el año pasado, me dijo que su trabajo fue “el detonante para que la medicina del sapo se extendiera por todo el planeta”.
Fumar sapo ha sido comparado, en una guía de psicodélicos, con “estar atado a la nariz de un cohete que vuela hacia el sol y se evapora”. Un relato de los años ochenta describe cómo, a diferencia de la mayoría de los alucinógenos, que distorsionan la realidad, el sapo “disuelve por completo la realidad tal como la conocemos, sin dejar alucinaciones ni nadie que las observe”. Michael Pollan, quien recientemente escribió un libro sobre ciencia psicodélica, probó la droga después de que le advirtieran que era “el Everest de los psicodélicos”. Escribió que el “violento arco narrativo” de su viaje —terror y una sensación de disolución del ego, que culminó en alivio y gratitud— “hizo difícil extraer mucha información o conocimiento del viaje”.
La mayoría de la gente dice que la experiencia es eufórica, incluso que cambia la vida. Pero, para algunos, fumar sapo puede ser una pesadilla. Los efectos de la droga aparecen en cuestión de segundos, y es fácil que un usuario novato entre en pánico, lo que puede manifestarse en reacciones como presión arterial alta o taquicardia. Estos pueden ser peligrosos para personas con condiciones preexistentes, lo que podría ser el caso de quienes consumen sapo después de años de abuso de drogas. Algunas personas también experimentan flashbacks, llamados reactivaciones, después de un viaje. “Me he estado despertando con miedo como si hubiera muerto: pura adrenalina, corazón acelerado, hiperventilación”, escribió una mujer en un grupo de apoyo en Facebook, diez días después de fumar sapo. Pero los investigadores advierten contra inferir demasiado de la experiencia de cualquier sujeto; según análisis de encuestas recientes, hasta tres cuartas partes de usuarios han reportado estas reactivaciones, la mayoría describiendo estos flashbacks como positivos o neutrales.
Solo una especie de sapo, Incilius alvarius, se sabe que induce estas sensaciones. Comúnmente conocido como el sapo del desierto de Sonora, se encuentra en las áridas fronteras entre México y los Estados Unidos. El sapo pasa la mayor parte del año enterrado bajo tierra, emergiendo para aparearse durante la temporada de lluvias de verano. Para repeler a los depredadores, secreta toxinas de su piel. Los perros a veces mueren por ingerir el sapo, y los hospitales regionales de mascotas emiten advertencias al respecto. Pero, en los años sesenta, un farmacólogo italiano, llamado Vittorio Erspamer, publicó un análisis químico de la piel de este sapo, inspirando más tarde a Ken Nelson, un investigador de Texas, a realizar una serie de atrevidos experimentos. Obtuvo el veneno de los sapos apretando u “ordeñando” las glándulas en sus cuellos. (Este proceso, que no es muy diferente a reventar un grano, se puede hacer sin lastimar al sapo). El veneno se secó y transformó en una sustancia cristalina, y Nelson se dio cuenta que al vaporizarla eliminaba su toxicidad, produciendo uno de los mas poderosos agentes alucinógenos en el planeta.
El nombre científico de este compuesto es 5-Metoxi-N,N-Dimetiltriptamina o 5-MeO-DMT, al que muchas personas se refieren como la “Molécula de Dios”. En 2011, Estados Unidos prohibió el 5-MeO-DMT; también es ilegal en varios otros países, incluidos Alemania y China. Pero, en los últimos años, los investigadores se han interesado en sus posibles aplicaciones terapéuticas. Al igual que con muchos otros psicodélicos, el compuesto se puede sintetizar en laboratorios y se cree que no es adictivo y de baja toxicidad; a diferencia de muchos otros psicodélicos, el viaje es relativamente corto, por lo general dura alrededor de treinta minutos. Davis cree que la 5-MeO-DMT podría administrarse de manera más económica y a más pacientes que sustancias como la psilocibina, que puede permanecer psicoactiva hasta por seis horas.
En 2018, Davis publicó una encuesta en el Journal of Psychopharmacology de unos quinientos usuarios de 5-MeO-DMT. De los doscientos ochenta y tres encuestados que lucharon contra el abuso de sustancias, aproximadamente el sesenta por ciento afirmó que su condición había mejorado —alrededor del doble del porcentaje que reporta una mejoría después de terapias más convencionales. Davis reconoció que estos hallazgos podrían estar sesgados hacia resultados positivos: es menos probable que las personas que han tenido malas experiencias participen en la investigación. Pero después de encuestar a cincuenta y un veteranos militares en una clínica en México, donde la droga no está regulada, Davis llegó con una noción aún más fuerte de que la sustancia puede tener beneficios curativos. En la clínica, dirigida por el investigador psicodélico Martín Polanco, los veteranos tomaban 5-MeO-DMT e ibogaína, un alucinógeno derivado originalmente de una planta centroafricana. Davis y sus colegas encontraron “reducciones significativas y muy grandes” en los pensamientos suicidas, el deterioro cognitivo y los síntomas de TEPT entre los participantes. El primer estudio de laboratorio de 5-MeO-DMT en un sujeto humano también involucró a un paciente de Polanco, un veterano de la Fuerza Aérea que padecía TEPT y alcoholismo. Los escáneres cerebrales antes y después del tratamiento con 5-MeO-DMT e ibogaína mostraron cambios en la actividad neuronal en regiones del cerebro que están asociadas con el abuso de alcohol. Tres meses después, el veterano había dejado de beber en exceso.
Hay muchas teorías sobre por qué los psicodélicos podrían ayudar a tratar la adicción. Una revisión de 2015 de la investigación clínica sobre los alucinógenos destacó “el papel de las experiencias místicas u otras experiencias significativas como mediadores de los efectos terapéuticos”. Algunos investigadores clínicos creen que los psicodélicos, al provocar un cambio dramático en la conciencia, pueden ayudar a las personas a reprocesar recuerdos traumáticos, llegar a nuevos conocimientos y experimentar cambios de humor profundos y duraderos. Y el 5-MeO-DMT, como lo expresó Polanco, es “el más confiablemente místico de los psicodélicos”.
Hace algunos años, Veterans Exploring Treatment Solutions, una organización sin fines de lucro con sede en Texas, comenzó a patrocinar tratamientos con 5-MeO-DMT e ibogaína para veteranos en centros de salud en México. Una gran cantidad de compañías de biotecnología ahora están trabajando en tratamientos que usan 5-MeO-DMT. Una empresa británica ha recaudado más de cien millones de dólares en capital de riesgo para desarrollar, entre otras terapias, un tratamiento intranasal de 5-MeO-DMT para la depresión. Sin embargo, incluso algunos investigadores clínicos que consideran que la sustancia es prometedora desconfían de ampliar el acceso antes de que se comprenda mejor. “Al principio, todo parece funcionar muy, muy bien”, me dijo Walter Dunn, miembro del Comité Asesor de Medicamentos Psicofarmacológicos de la FDA. “Pero, una vez que se realizan los grandes ensayos y se exponen a una amplia franja de la población, esos beneficios siempre se reducen”. Y luego, anotó, comienzas a ver la gama de reacciones adversas. Un puñado de ensayos clínicos están actualmente en marcha, y las preguntas clave (sobre la dosis óptima, las interacciones con otros medicamentos, etc.) siguen siendo objeto de acalorados debates. Mientras tanto, entre las muchas docenas de practicantes clandestinos que sirven la medicina del sapo y su equivalente sintético, Octavio sigue siendo el más visible y también el más divisivo.
Polanco, quien fue presentado al sapo por un ex paciente de Octavio, me dijo: “Mi trabajo con la medicina del sapo se lo debo indirectamente a él”. Pero muchos investigadores y practicantes del sapo también expresaron su grave preocupación por el enfoque de Octavio, que incluye servir sapo a tantas personas como sea posible. Como me dijo Polanco, el 5-MeO-DMT puede inducir “una especie de shock ontológico”. A veces advierte a sus pacientes: “Esto puede curar el TEPT, o puede causarlo”.
El verano pasado conocí a Octavio en Sonora, un estado en el noroeste de México donde se encuentra el Incilius alvarius. Llevaba una gorra de camionero con un sapo, regalo de un policía de la Ciudad de México que recientemente había fumado con él. “¿Como estas hermano?” preguntó, tomando mi mano. Es alto, de piel clara y musculoso, con antebrazos sinuosos y cabello largo y despeinado. Parece verter energía en sus interacciones, como si deseara que las personas que lo rodean entraran en su órbita.
Octavio me había invitado a observar sus sesiones de fumar sapos por todo el estado. Sirve sapo hasta a veinte personas a la vez, “pacientes”, como él los llama. Les dice a todos que se presenten sobrios y que ayunen ocho horas antes, y cobra aproximadamente doscientos cincuenta dólares por persona. Octavio modela su enfoque en los rituales chamánicos, aunque reconoce que esto es altamente interpretativo, dado que fumar sapo, según el, es una “tradición perdida”. Llena una pipa de vidrio con trocitos de secreción de sapo, la enciende y luego le indica al paciente que inhale profundamente. Cuando la sustancia hace efecto, toma un sonajero de madera y comienza una serie de cantos indígenas mexicanos. “No podría hacer medicina de sapo sin el canto”, dijo una vez.
Sin embargo, a pesar de toda esta ceremonia, las sesiones pueden ser inquietantemente informales. No hay restricciones para que los transeúntes miren, y algunos de ellos toman videos que terminan en Internet. Octavio fuma cannabis con frecuencia durante las sesiones, dejando a sus pacientes al cuidado de asistentes. Algunas personas gritan y se retuercen durante sus viajes; otros se quedan quietos, o vomitan, o se vuelven violentos. La gente ha tenido orgasmos espontáneos. Un día vi gente filmando a una mujer que menstruaba a través de sus shorts blancos durante una ceremonia; luego, compartió una fotografía en Instagram de ella y Octavio, adornada con una rana animada y las palabras “Te amo”.
Octavio creció en Guadalajara, novecientas millas al sur de Sonora. Su madre, Bertha Hinojosa, tenía una pequeña librería y él trabajaba detrás del mostrador. Su padre, Werner Rettig, enseñaba cálculo en una universidad local. Cuando Octavio y su hermano menor, David, eran niños, sus padres se divorciaron; más tarde, Werner desarrolló un interés en la medicina alternativa y se convirtió en un homeópata exitoso. David parece escéptico sobre el trabajo de su padre y me dice que Werner era bueno para promocionarse a sí mismo. Pero Octavio considera a Werner, quien murió en 1998, una inspiración. “Creo que ahora se sentirá muy orgulloso de mí”, dijo Octavio. “Creo que podríamos ser muy buenos amigos”.
Cuando Octavio y David eran niños, asistieron a una escuela católica y durante un tiempo Octavio aspiró a ser sacerdote. Era un estudiante estrella que tenía “una forma muy especial de convencer a la gente”, recordó David. En una ocasión, Octavio persuadió a un grupo de muchachos para que le dieran sus ahorros, insistiendo en que había descubierto cómo ganar la lotería. En su adolescencia, comenzó a experimentar con las drogas. Una tarde se emborrachó, fumó marihuana, tomó cocaína y se tragó un puñado de benzodiacepinas. Se despertó al día siguiente sin recordar lo que había sucedido. “Quería algo más”, recordó Octavio, en “The Toad of Dawn: 5-MeO-DMT and the Rising of Cosmic Consciousness”, sus memorias de 2016. “Ese era el sentimiento entonces: una búsqueda constante, un hambre insaciable”. Su madre había despedido a varios empleados por robar en su librería; finalmente se dio cuenta de que Octavio había sido el culpable. Aún así, ella siguió apoyándolo, cubriendo algunos de sus gastos de manutención para que pudiera estudiar medicina en la Universidad de Guadalajara, un programa de seis años. Se graduó con calificaciones aceptables: poco después se casó y su esposa dio a luz a un niño. Continuó consumiendo drogas, teniendo juergas con Gerardo Sandoval, un excompañero de clase. Manejaron por todo el país, tomando LSD, hongos, mescalina y otras sustancias. En una excursión empapada de ácido, Octavio se enamoró de un autoestopista. Ese fue el final de su matrimonio.
Octavio también se volvió adicto al crack durante esos años, un período que su madre describió como “una muerte en vida”. Ella dijo que compró una farmacia para que él la administrara, pero él robó el inventario para drogarse, perdiendo el negocio. Luego, en el verano de 2006, Sandoval le presentó la práctica de fumar sapo, luego de enterarse de ello por dos estadounidenses que habían venido a México en busca de la sustancia. “Tan pronto como comencé a inhalar estos vapores, los antojos comenzaron a desaparecer”, recordó Octavio. “La medicina del sapo, cada vez, me devolvió al mismo lugar: paz interior, calma, amor”.
Octavio y Sandoval viajaron a Sonora, donde recolectaron cientos de sapos y vaciaron sus glándulas en placas de vidrio. Octavio empezó a fumar sapo varias veces al día. En dieciocho meses, dice, dejó el crack, aunque siguió fumando sapo y cannabis. Comenzó a servir sapo en raves al aire libre, entre adictos y a sus amigos, a menudo de forma gratuita. Se mudó a Hermosillo, la capital de Sonora, donde consiguió un trabajo como médico general en una cadena de farmacias, lo que le dio acceso a un flujo de clientes potenciales. Le dijo a su hermano que estaba “investigando” con los sapos. David recordó haber visitado el apartamento de Octavio: “Te sentabas en un sofá y saltaba un sapo”. Su familia sintió un cambio en él. “Cuando Octavio conoció el sapito”, dijo Bertha, usando el término diminutivo en español para sapo, “fue entonces cuando encontró su misión”.
Alrededor de este tiempo, Octavio comenzó a preguntarse si las comunidades nativas de Sonora alguna vez habían usado la medicina del sapo. México alberga numerosos rituales chamánicos que involucran sustancias psicoactivas, como la psilocibina y el peyote; más al sur, las comunidades del Amazonas han estado elaborando ayahuasca durante siglos. Aunque la fuente más concentrada de 5-MeO-DMT es el sapo del desierto de Sonora, el compuesto también es producido por algunas especies de plantas en América Latina, donde se usaba tradicionalmente en rapés. Uno de los tíos de Octavio era un arqueólogo que había excavado artefactos aztecas y David también estaba estudiando arqueología. Le contaron a Octavio sobre un rico archivo de iconografía en Mesoamérica: cerámica, pinturas y pipas adornadas con sapos. Se convenció de que al menos una de las tribus de Sonora, en algún momento, había realizado rituales con sapos.
Su presentimiento aparentemente se confirmó en 2011, cuando le presentaron a los Seri, una tribu remota en la costa este del Golfo de California. El territorio de la tribu se encuentra dentro de un corredor de drogas hacia los Estados Unidos, y ha habido un aumento en la adicción entre sus miembros. Octavio aseguró que les sirvió sapo, y que varios ancianos de la tribu entonces empezaron a hablar de una tradición perdida. “Ninguna de estas tribus recordaba que este sapo contiene esta medicina”, dijo Octavio, en una conferencia de psicología en 2017. Los seris lo autorizaron como practicante de sus rituales tradicionales, y comenzaron a llamarlo el doctor sapo, o “el médico sapo”.
Los Seri realizan sus celebraciones de Año Nuevo a fines de junio, marcando el inicio de los monzones de verano. El primer día acompañé a Octavio a una reunión en una casa en Bahía Kino, un pueblo costero al sur del territorio Seri. Se escuchaba música electrónica de ritmo lento desde un parlante, y dos docenas de personas se arremolinaban alrededor. Hablé con una joven pareja con un niño pequeño y otro bebé en camino; cuando les pregunté dónde iban a pasar la noche, dijeron: “No sabemos, solo estamos siguiendo a Octavio”. Uno de los pacientes de Octavio, un hombre que pidió ser llamado JR, se sentó en las afueras del grupo. Había venido de Houston, donde se había enganchado a la metanfetamina y al Xanax, después de años de traficante. Había estado en rehabilitación casi una docena de veces; su adicción se había vuelto tan mala que ya no le importaba si sobrevivía. La noche antes de partir para Sonora me dijo, se despertó cuando los traficantes rivales le dispararon a su casa. Su respuesta habitual habría sido “derribar la puerta principal y dispararles a todos”, dijo, pero en lugar de eso, se dio la vuelta y se volvió a dormir. Desde que llegó a Sonora había fumado sapo con Octavio dos veces. “Sé lo que es tener un corazón ahora”, dijo.
Más tarde ese día, Octavio y su séquito condujeron quince millas hasta el pueblo seri de Punta Chueca. Durante miles de años, los Seri fueron nómadas, deambulando en pequeños grupos a lo largo de la costa. Desde el siglo XVI en adelante, entraron en conflicto con los colonos. En 1850, el gobierno de Sonora comenzó a pagar recompensas por seris asesinados y, en unas pocas décadas, la tribu se había reducido a unos doscientos miembros. En el siglo XX, los Seri se recuperaron lentamente, pero batallaron para encontrar un punto de apoyo en la economía moderna. Los pescadores abastecían el mercado comercial con tiburones y tortugas, y los artesanos vendían curiosidades a los turistas en Bahía Kino. Pero, hasta hace poco, pocos forasteros visitaban las tierras Seri. “Abrí la puerta”, me dijo Octavio.
A la entrada de Punta Chueca, un cartel anunciaba la medicina ancestral del sapo. Llegamos a una reunión de varios cientos de personas. Había puestos que vendían artesanías y mujeres que, por una tarifa, te pintaban la cara con marcas seri. En una pared había un mural sin terminar de sapos psicodélicos, uno de varios en el pueblo. Un guía turístico me dijo que cinco autobuses, cada uno con alrededor de cincuenta visitantes, habían llegado para las celebraciones. “El turismo en Punta Chueca realmente ha despegado”, dijo. “Tiene mucho que ver con el sapo”.
Esa tarde, cuando el sol poniente teñía las nubes de naranja, vi a tres muchachos acercarse a Octavio. Usó una pipa para soplar rapé, un rapé de tabaco del Amazonas, en sus narices. El niño más joven, que tenía catorce años, inmediatamente comenzó a vomitar. En poco tiempo, sus compañeros también estaban vaciando sus estómagos, y una jauría de perros demacrados se reunió para lamer el vómito. Llegó una mujer de mediana edad con rollos de papel higiénico; dos de los niños eran sus hijos, me dijo, limpiándoles la boca. El más joven era adicto a la metanfetamina. Dijo que la familia había viajado casi mil millas, desde León, en el centro de México, para fumar sapo con Octavio, y que el rapé era necesario para purgar toxinas. Su esposo, un abogado con pintura facial seri, estaba cerca. Octavio se acercó y le pasó un brazo por los hombros. “Hombre, amo a este tipo”, dijo Octavio, con los ojos llorosos por un golpe de rapé . “Me acaba de liberar por un cargo de homicidio involuntario”.
Araceli Ramírez Hidalgo, ama de casa de León, era susceptible a perder dinero en esquemas piramidales. Esa fue la opinión de su esposo, Jorge Villalpando Medel, quien vio como su deber protegerla. Una vez, dijo, su esposa quedó atrapada vendiendo suplementos dietéticos; en otra ocasión, fueron los productos para el cuidado de la piel. “Abusan de la gente”, dijo, de las empresas. “Pero también ofrecen una sensación de propósito y alivio”.
La pareja había estado casada durante dos décadas cuando, en 2015, la madre de Ramírez murió y Ramírez cayó en una depresión prolongada. Recurrió a la curación alternativa y se inscribió en una ceremonia de ayahuasca. Villalpando se mostró escéptico, pero después Ramírez le dijo que había tenido visiones de su madre en el evento. Más tarde, un practicante de ayahuasca le contó a la pareja sobre la medicina del sapo. “De una sola fumada, vas a experimentar diez años de terapia”, recuerda Villalpando que le dijo. Cuando Ramírez escuchó que Octavio estaría en la ciudad, estaba ansiosa por asistir a una sesión. Reservó un lugar y le prometió a Villalpando que este sería su último experimento con psicodélicos.
El 5 de octubre de 2018, Ramírez acudió temprano a la sede, una remota propiedad en las afueras de la ciudad. Era amiga de algunos de los organizadores y planeaba pasar el día allí; Villalpando se reuniría con ellos después del trabajo y Octavio serviría sapo por la noche. Pero alrededor del mediodía Villalpando recibió una llamada. Ramírez había dejado de respirar. Testimonios recogidos por funcionarios de justicia describen cómo se desarrolló la sesión: Ramírez inhaló sapo de una pipa, y Octavio le echó agua en la cara y le administró una dosis de rapé. Pronto, ella comenzó a convulsionar. Cuando dejó de respirar, Octavio comenzó la RCP. Cuando Ramírez se puso morada, Octavio se puso frenético. Dos participantes lo escucharon gritar: “¡Se murió!” (Octavio lo niega). Según una declaración del hijo mayor de Ramírez, ella todavía estaba viva cuando llegó al hospital, pero murió poco después. La causa oficial de la muerte fue una reacción anafiláctica a una sustancia desconocida.
Ha habido solo unos pocos informes públicos de muertes asociadas con 5-MeO-DMT. A principios de los años dos mil, un hombre de veinticinco años fue encontrado muerto en un viaje de campamento, con niveles elevados de la sustancia en su cuerpo. El año pasado, Nacho Vidal, una estrella porno de España más conocida por vender velas hechas con un molde de su pene que por otra cosa, fue acusado de homicidio imprudente después de presuntamente presidir una ceremonia de medicina de sapo en Valencia, en la que hubo una víctima mortal. (Vidal mantiene su inocencia y el caso aún está en suspenso). Para cuando murió Ramírez, en 2018, al menos otras dos personas habían muerto poco después de fumar sapo con Octavio. Durante una charla de ese año, Octavio dijo que un anciano paciente suyo había muerto, unos años antes, después de tomar sapo. “Creo que esta persona tuvo una hermosa oportunidad de trascender en el amor y en la luz”, dijo Octavio. También mencionó la muerte de otro paciente, un alcohólico de unos cuarenta años que tuvo una embolia pulmonar durante una sesión de sapo. Octavio culpó al estilo de vida poco saludable del hombre.
En diciembre de 2012, antes de que Octavio saltara a la fama, una veinteañera llamada Ana Patricia Arredondo, de la que muchos pensaban que era su novia, desapareció después de salir a caminar con él. Los buzos recuperaron más tarde su cuerpo de un cuerpo de agua subterráneo. Odily Fuentes, amiga de Octavio en ese momento, dijo que él le dijo que había fumado sapo con Arredondo antes de que ella desapareciera. (Octavio lo niega; también niega que Arredondo fuera su novia).
Susurros de facilitación imprudente han seguido a Octavio durante años. En 2014, la Asociación de las Naciones Unidas Venezuela, que forma parte de un grupo de organizaciones sin fines de lucro afiliadas levemente a la ONU, lo respaldó como “portador de la medicina tradicional indígena”. Un año después, realizó una gira por Australia con un grupo de facilitadores de medicina indígena. Los materiales promocionales de sus giras han presentado una versión ligeramente editada del logotipo de la ONU, el globo azul adornado con una hoja y una pluma, de modo que se asemeje a un atrapasueños. Mientras Octavio estaba de gira, algunos de sus clientes tuvieron problemas con las reactivaciones. Intentaron alcanzarlo, pero él había seguido adelante. “Está demasiado ocupado atendiendo a miles de pacientes para atender una llamada telefónica”, me dijo Dean Jefferys, un cineasta que fumó sapo con Octavio en 2015.
“No he dormido en seis noches”, publicó una mujer en Dublín. “Mi situación ahora es grave”. Otra mujer, de Melbourne, afirmó que durante una sesión de sapo, Octavio había dejado a su esposo desatendido, sin poder respirar. Sugirió formas de hacer que las sesiones fueran más seguras, como limitar el número de participantes y tener a mano un botiquín de primeros auxilios. Octavio respondió que “hacer reglas, prototipos y protocolos” para sus ceremonias era “crítico e injusto”, y agregó que no se le podía responsabilizar por las reacciones de sus pacientes al sapo.
En 2016, comenzaron a circular imágenes en Internet de Octavio siendo violento durante las sesiones. En un clip, patea y abofetea a un hombre visiblemente aterrorizado en una playa de Venezuela mientras le da no menos de seis fumadas de sapo. “No me hagas golpearte”, grita Octavio, empujando un dedo en la cara del hombre. Más tarde, el hombre intenta huir sollozando: “¡Octavio, no!”. En otro video de Venezuela, publicado un año después, Octavio vierte repetidamente agua en la garganta de un hombre después de servirle sapo, una técnica que usa para “provocar una respuesta de respiración”.
Las críticas a Octavio se hicieron más estridentes, pero mantuvo el apoyo de muchos antiguos pacientes. Algunos de sus más ardientes defensores fueron personas con las que había sido agresivo, incluido el hombre de la playa de Venezuela, quien apareció en un video denunciando las “blasfemias” de los críticos de Octavio. Muchos clientes anteriores todavía apreciaban y defendían sus métodos. Una mujer, que dijo que dejó de respirar durante una sesión de sapo con Octavio en 2015, recordó “un dolor y un horror que no se pueden describir”. Publicó en Facebook: “¿Hay alguien aquí que sienta/sintió que estaba traumatizado por aspectos de la experiencia?” Pero, un año y medio después, agradeció a Octavio por cambiarle la vida.
Octavio y sus seguidores han visto históricamente las experiencias traumáticas durante las sesiones de sapo como resultado del miedo o la resistencia. La solución, han dicho muchas veces, es fumar más sapo. “Necesito presionar a las personas hasta que logren la meta que supuestamente establecieron antes de la sesión”, declaró Octavio en un simposio de conciencia en 2018. Pero otros practicantes con los que hablé estaban horrorizados por el enfoque de Octavio. Insiste en usar grandes dosis de sapo, las llamadas dosis breakthrough, aunque uno no puede estar seguro de cuánto sirve exactamente, ya que observa al tanteo las cantidades. Realiza una evaluación mínima de los pacientes, que dice que van desde niños de cinco años hasta octogenarios, simplemente ofreciéndoles formularios básicos de liberación de responsabilidades. Además de echar agua en la cara de las personas, solía administrar pequeñas descargas eléctricas; el propósito, explicó en el simposio, fue para “realmente joderles la mente” a los pacientes que resistieron los efectos del sapo. Incluso su viejo amigo de la universidad, Sandoval, que se había convertido en obstetra y en un médico de sapito rival, criticó el enfoque rápido y relajado de Octavio. (Críticas similares han dirigidas hacia Sandoval).
En 2018, un grupo de practicantes anónimos, que se hacen llamar “The Conclave”, publicó una guía de mejores prácticas para servir 5-MeO-DMT, que equivalía a un rechazo implícito de los métodos de Octavio. La guía aconsejó a los practicantes que no “golpeen mecánicamente a un ego para que se someta con grandes dosis de medicina”. También advirtió: “Verter agua en la boca, la nariz o la garganta para instigar el reflejo de la respiración es una herramienta extrema que debe evitarse”. Poco después, un hombre en Europa central fue hospitalizado después de fumar sapo con Octavio y pasó varios días en coma. (Se recuperó). La novia de Octavio en ese momento, una psicóloga que estudia psicodélicos, recuerda haberle advertido que, a menos que implementara medidas de seguridad, otra persona resultaría herida. Un par de meses después, Ramírez estaba muerta.
Durante casi dos años, Villalpando, quien tiene una licenciatura en Derecho, reunió pruebas contra Octavio, contactó a testigos presenciales y pagó análisis químicos de medicina de sapo. Luego, en septiembre de 2020, Octavio fue arrestado y acusado de homicidio involuntario por la muerte de Ramírez. Apareció en una audiencia preliminar en León, con su abogado, el hombre que conocí en la sesión de sapo en Punta Chueca. Villalpando también asistió a la audiencia y le pidió al juez que elevara el cargo de homicidio involuntario a asesinato, pero no tuvo éxito. A Octavio le dijeron que podía pagar un acuerdo para evitar un juicio. Semanas después, contactó a Villalpando para negociar un trato. Los hombres acordaron encontrarse en un restaurante en León. Villalpando me dijo que se había obsesionado con “evitar que Octavio hiciera daño a más gente”; debajo de su abrigo, llevaba un arma. Pero, según Villalpando, mientras su dedo se movía hacia el gatillo, un niño pequeño, de no más de cinco años, se acercó desde otra mesa y tiró de su abrigo. El niño levantó los brazos, como si pidiera que lo sostuviera. Al contar esta historia, Villalpando se echó a llorar y dijo: “Yo no creo en cosas sobrenaturales”. Aceptó un acuerdo con Octavio de seiscientos mil pesos.
Una crítica común hacia Octavio es que ha usado sapo para amasar una fortuna. En julio pasado lo visité en su casa de Hermosillo, que está como a noventa millas al este de Punta Chueca; Aparte de sus dos autos, una camioneta y tres bicicletas de montaña de alta gama, había pocos signos evidentes de riqueza. Vive en un barrio pobre con calles llenas de baches. Su casa tiene dos pisos: arriba, duerme y juega videojuegos, generalmente juegos de disparos en primera persona; abajo, hace ejercicio. Octavio a menudo publica videos de sí mismo andando en bicicleta y saltando rampas. Recientemente se había dislocado el hombro, pero dijo que estaba listo para saltos aún más grandes. “Me puedo romper fácilmente la pierna o algo así si no aterrizo correctamente”, dijo. “Estoy jodidamente emocionado por eso, porque, si lo hago, esto solo aumentará mi nivel de confianza”.
Detrás del gimnasio había un dormitorio espartano con literas y un baño común. Octavio a veces tomaba pacientes a largo plazo, a menudo adictos, que pagaban una tarifa de cuatro mil dólares para quedarse con él y recibir un “tratamiento” extenso. Las paredes del dormitorio estaban cubiertas con fotografías de Octavio, certificados enmarcados de la universidad y arte de sapo. En un cofre abierto en el suelo, tenía miles de formularios de liberación y testimonios, colocados al azar.
Le pregunté a Octavio sobre las denuncias en su contra. “Mi trabajo ha sido mal entendido, mal interpretado y mal utilizado”, dijo. Admitió que ciertos videos pueden parecer “bárbaros o violentos”, pero argumentó que a veces esto era necesario. “No puedo seguir las mismas reglas de la terapia convencional”, dijo. “La mayoría de mis pacientes ya fueron a muchos centros de rehabilitación. Ya probaron muchas drogas. No puedo estar perdiendo el tiempo. Solo tengo que ser muy directo, muy directo —dio una palmada— para parar la mierda”.
En Bahía Kino vi a uno de sus pacientes, que quedó desatendido después de fumar sapo, vomitar, atragantarse y golpearse la frente contra el suelo. En Punta Chueca, cuando el hijo de catorce años de su abogado defensor se negó a más rapé, Octavio se había puesto a gritarle. “¡Vamos! ¡Cállate! No quiero escucharlo, hombre. ¡Vamos!” —le había dicho, llamando al chico cabrón . Otro día, un bote llevó a Octavio y un grupo a una isla deshabitada a media hora de Punta Chueca. Mientras el bote regresaba a tierra firme, Octavio comenzó a servir sapo. Un hombre yacía boca arriba, agitando los brazos, mientras el agua de mar le salpicaba en la boca.
Durante esa sesión, Octavio se lanzó a despotricar. “¿Dónde están todos esos muertos de los que hablan?” preguntó. “Nunca he andado con una pistola matando gente. Nunca he caminado con un sapo ahogando gente”. Sus acólitos estaban de pie, asintiendo. Uno era un hombre llamado Brian, de Sri Lanka, que había vendido su casa para viajar con Octavio. (Anteriormente, Brian había sido devoto de Osho, un gurú de la India que inspiró un movimiento de culto). Brian había comprado dos cámaras caras y las estaba usando para documentar el trabajo de Octavio. Un día en Punta Chueca, Octavio inició una sesión de fotos improvisada, poniéndose una chaqueta estilo Seri y haciendo varias poses. Sin previo aviso, corrió hacia nosotros y saltó sobre Brian, derribándolo. Todos rieron con inquietud. Octavio se alejó a grandes zancadas en busca de más fotografías. Después, Brian me encontró y se bajó la manga, revelando un tatuaje de Octavio en su hombro. Él susurró: “Quien te da la leche, en la madre se convierte”.
Cuando Octavio llegó por primera vez a Punta Chueca, en 2011, Jesús Ogarrio estaba realizando un estudio etnográfico de los rituales seri para su tesis de grado. Ogarrio, quien ahora es profesor, recuerda a Punta Chueca como un pueblo fantasma, con casas de gobierno al borde del colapso y sus pocos espacios públicos invadidos por adictos a la metanfetamina. Calculó que, de los aproximadamente cuatrocientos residentes, docenas eran adictos. “Fue una pandemia de adicción”, dijo Ogarrio.
El jefe del consejo de ancianos Seri era un hombre llamado Antonio Robles, que hablaba poco español y tenía al menos dos hijos adultos adictos a la metanfetamina. En la primera visita de Octavio a los Seri, le sirvió sapo a uno de los hijos de Robles. Varios ancianos tribales también probaron la medicina y algunos de ellos experimentaron visiones penetrantes. “Cuando tuve el sapo, recordé la historia”, me dijo Pancho Barnett, cuyo difunto padre era un chamán venerado en la comunidad.
Robles firmó cartas formales y certificados declarando a Octavio “hombre medicina” y permitiéndole servir sapo a la tribu. Octavio se mudó a Punta Chueca, donde él y Ogarrio, los únicos forasteros en la comunidad, compartían una habitación. Inicialmente, Ogarrio encontró a Octavio “creíble y digno de confianza”, dijo. “Estaba allí para ayudar con un problema muy grave”. El pueblo no contaba con servicios médicos básicos; aquí había un médico, ofreciendo tratamiento. Pero Octavio fumaba sapo varias veces al día y con frecuencia parecía irritable y ansioso, “como un adicto”, dijo Ogarrio. (Octavio lo niega). Ogarrio también estaba angustiado por la actitud de Octavio hacia la gente de la comunidad. Muchos de ellos le tenían miedo al sapo, y Ogarrio dijo que en varias ocasiones vio a Octavio servir sapo sin explicar de qué se trataba, o presentándolo como una droga más. Un día, Octavio le pasó una pipa de sapo a otro hijo de Robles, dijo Ogarrio. El hombre “empezó a volverse loco”, recordó, tirando muebles y luego corriendo hacia el desierto. (Octavio niega haberle dado sapo al hijo de Robles, o a cualquier otra persona sin el consentimiento de la persona). La adicción a la metanfetamina del hombre empeoró y lo llevó a la muerte en 2019.
Robles también murió desde entonces, pero Octavio ha seguido obteniendo documentos de la tribu. Los ha usado para legitimar la recolección y el transporte de secreción de sapito a través de las fronteras, y para validar su papel ante organizaciones externas como TED y la Asociación ONU Venezuela, que le han brindado una plataforma para difundir sus afirmaciones sobre las raíces ancestrales de la medicina del sapo. Sin embargo, hay razones para cuestionar esta historia de origen, particularmente en lo que se refiere a los Seri. A las ranas y los sapos se les atribuyó una variedad de significados simbólicos en Mesoamérica, que incluyen la muerte, el renacimiento y la llegada de las lluvias estacionales, lo que podría explicar por qué los animales a menudo se representaban en tuberías y otros artefactos. Los investigadores de Seri han registrado un rico conjunto de tradiciones medicinales y culturales, y no hay evidencia clara de que los sapos fueran considerados importantes, y mucho menos sagrados. En “Gente del desierto y el mar: etnobotánica de los indios seri”, un texto clásico sobre la etnobotánica nativa mexicana, Richard Felger y Mary Moser argumentan que los sapos eran “inconsecuentes en la cultura seri.” Algunas personas seri con las que hablé dijeron que habían escuchado historias de una antigua práctica secreta de fumar sapo. Pero, como dijo Alberto Mellado Moreno, un historiador de la tribu Seri, “Es especulativo incluso para nosotros. Considere una sociedad reconstruida a partir de tan pocos sobrevivientes. Es imposible saber qué se pudo haber perdido”.
Una noche en Hermosillo me reuní con Odily Fuentes, quien había ayudado a introducir a Octavio a los Seri. Fuentes es instructora de natación, pero en 2011 ella y Octavio ayudaron a fundar una organización para la preservación de las culturas indígenas de Sonora, llamada OTAC, que Octavio dijo que lleva el nombre de una palabra sagrada seri para sapos. Gary Nabhan, un etnobiólogo que ha pasado décadas documentando el conocimiento indígena Seri y ayudando a la tribu con los esfuerzos de conservación, me dijo que otac es un término genérico: “Es como decir: ‘alguna rana’ ”. Fuentes dijo que su pareja de entonces, Luis Ogarrio (primo de Jesús Ogarrio), tenía una sólida relación de hace años con unos seris, con quienes consumía diversos psicodélicos. A las pocas semanas de conocer a Octavio, Fuentes y su ex lo llevaron a Punta Chueca. Fuentes dijo que ella había escrito los documentos originales que autorizaban a Octavio a trabajar en la comunidad; Robles simplemente los había firmado. Ella me dijo que en 2013 la tribu rescindió su respaldo a Octavio, pero él pagó para que lo restituyeran y ha seguido pagando a la tribu para renovar las cartas y los certificados. (Octavio niega cualquier pelea con los Seri y dice que no compró los documentos, pero reconoce haber dado dinero y regalos a los miembros de la tribu). “Necesitábamos una tribu para proteger y promover el sapo”, recordó Fuentes.
Fuentes también ayudó a presentar a Octavio a otra comunidad tribal en Sonora, la Yaqui. Según Anahí Ochoa, activista yaqui, Octavio fumó en pipa durante una reunión con los ancianos de la tribu y luego llevó un equipo de filmación al pueblo sin pedir permiso. Empezó a jactarse de su relación con la tribu, usando una palabra yaqui para sapo. Pero, después de que Octavio hubo realizado algunas sesiones, Ochoa le dijo que dejara de usar el nombre de la tribu para promover su práctica. Después de eso, Octavio dejó de visitar. “Estaba buscando validación como chamán”, dijo Ochoa. “Pero no es más que un actor, un farsante”.
Hoy, alrededor de una docena de practicantes Seri ofrecen ceremonias de sapo a los turistas. Algunos de estos tienen lugar en la casa de un sobrino de Pancho Barnett, que se conoce como la “casa hippie”. Cuando pasé una noche, había una jam-session en marcha y gente blanca con rastas iba y venía. Un cerdito husmeaba entre botellas de cerveza y basura en el patio. Aunque algunos Seri han acogido con beneplácito el auge del sapo por los ingresos que genera, a otros les molesta el grado en que el sapo ha llegado a definir su existencia. “Ha dañado nuestra cultura”, me dijo Gabriela Molina, una activista seri que ha estudiado derecho indígena. “Está fuera de nuestro control”.
Los propios sapos también están amenazados, en parte debido a la sobreexplotación. Ha habido señales de que los cárteles de la droga se han metido en el comercio de sapos. Los sapos están siendo “eliminados de ciertas franjas de tierra”, dijo Robert A. Villa, un herpetólogo de Arizona. Él se encuentra entre un número creciente de personas que abogan por el consumo de 5-MeO-DMT sintético en lugar de la secreción de sapo. Aunque un sapo generalmente sobrevive al ser ordeñado, el manejo repetido lo somete a estrés y lo expone a patógenos peligrosos, lo que dificulta que el animal sobreviva después de ser liberado nuevamente en la naturaleza. Fernando Suárez Bleck, un fumador de sapo que trató de establecer una organización de comercio justo para los sapos del desierto de Sonora en México, me dijo que la mayoría de los recolectores “no tienen conciencia de lo sagrado de la especie”. Agregó: “Es solo un negocio apresurado”.
Durante muchos años, el espíritu del New Age de no juzgar absolutamente nada que impregna el mundo de los sapos ayudó a Octavio a evitar el escrutinio. “Sirvo mejor a la Medicina Sagrada y a mí mismo al no aumentar la negatividad infecciosa y el Ego que se exhibe al condenar o juzgar al Dr. Octavio Rettig”, publicó una persona en 2017. Pero la atmósfera ha comenzado a cambiar. En 2018, en una conferencia de sapo en la Ciudad de México, Octavio se sentó en un panel que se convirtió en caos. Octavio hizo una “entrada estelar”, recordó un espectador, pero el panel, que trataba sobre el tema de la práctica ética, se convirtió en una “intervención”. Octavio fue confrontado por sus métodos, y comenzó a “gritar enojado, correr por la habitación y arremeter contra quienes ponían objeciones”. Las cosas se calentaron tanto que una mujer gritó “a todo pulmón”.
A principios de 2019, circuló en línea una carta pública, escrita por un grupo de practicantes y usuarios anónimos de sapos. Detallaba el “comportamiento imprudente, poco ético y potencialmente criminal” de Octavio y Sandoval. (Sandoval, quien fue acusado de fraude y agresión sexual, entre otros delitos, negó las acusaciones). La carta describía el enfoque de Octavio como “alto volumen, alta dosis, al azar, dosificarlos y luego irse”, e incluyó informes de Octavio “maltratando a personas mientras están en la medicina”.
Desde entonces, sus viajes internacionales se han ralentizado. Cuando le pregunté sobre esto, culpó a la pandemia. Describió la carta como una bendición para su trabajo; ahora solo las personas sin miedo lo buscarían. “Si tuviera algún remordimiento, no estaría haciendo esto”, me dijo. Le pregunté si lamentaba las muertes a su cuidado. Él respondió: “Me hicieron un mejor ser humano”.
Mientras hablábamos, recordé mi conversación con Alan Davis, el psicólogo de Ohio State. Advirtiéndome sobre el riesgo potencial de tomar psicodélicos, dijo: “Cuando el ego se disuelve y eres completamente uno con lo que percibes como Dios o el universo, no hay diferencia entre tú y esa cosa… Tú eres esa cosa”. Agregó: “Cuando regresas de eso y tu ego se reafirma, existe la posibilidad de aferrarse a esa creencia: que no hay diferencia entre tú y Dios”.
Octavio es dueño de un terreno en las afueras de Hermosillo, que está desarrollando para un centro de retiro. Lo consiguió en 2011, a cambio de un Mustang descapotable. Ahora su visión es acoger a personas de todo el mundo para las ceremonias del sapo. Lo conocí allí un día, y me acompañó pasando pozos excavados de agua fangosa llenos de miles de renacuajos del desierto de Sonora; variaban en tamaño desde lentejas hasta pasas, con cuerpos esféricos y colas delgadas como látigos. Pronto, se metamorfosearían y se enterrarían en la tierra.
A poca distancia, algunos contratistas estaban trabajando. Octavio tiene planes para dormitorios, baños, un comedor común. La propiedad está lejos de la ciudad, sin vecinos y con un portón cerrado con candado. Una vez, en una conferencia, Octavio fue desafiado por su historial de seguridad. “La medicina, es segura”, dijo, “Los humanos somos los peligrosos”.